Tuvo la noche memoria,
un quehacer de luces de neón
y semáforos apagados
donde resguardarnos.
Después su boca,
la humedad tibia de su lengua
dejando un reguero azul sobre mi vientre.
Las flores rojas de sus labios se deshacían,
sus dientes traían el dolor nacarado de la aurora,
un ramillete de besos enlazados a la ginebra,
un poco de silencio al respirar
entre el humo de los cigarrillos,
un poco de esa muerte pequeña
que queda ante la mirada de un desconocido.
un quehacer de luces de neón
y semáforos apagados
donde resguardarnos.
Después su boca,
la humedad tibia de su lengua
dejando un reguero azul sobre mi vientre.
Las flores rojas de sus labios se deshacían,
sus dientes traían el dolor nacarado de la aurora,
un ramillete de besos enlazados a la ginebra,
un poco de silencio al respirar
entre el humo de los cigarrillos,
un poco de esa muerte pequeña
que queda ante la mirada de un desconocido.
5 comentarios:
Quiero pensar que tras una mirada tan íntima, aunque sea la de un desconocido, también quedará algo de vida...
Un besote.
Quizá la memoria de la noche tenga que ver con esa pequeña muerte que nos resucita. Una poética interesante, persevera.
Saludos...
Una muerte pequeña.
¡Tan grande!
Un abrazo.
!!!¡¡¡
Lo contundente de la transcendencia.. y el humo de los cigarrillos...
Me sacaste tremendo suspiro :)
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