Azrael dormitaba con el silencio de las mieses
y conminaba con su mirada a tener con él
un pulso dulce, eterno, mortal.
Nada trae este final, ni siquiera el reposo,
quizás las sílabas evocadoras de la infancia
surjan con fuerza,
veamos en ellas el muro de adobe,
la verde enredadera,
colgada anhelando la luz
pero siendo parte siempre de la sombra.
Las voces dejan música, ecos cotidianos,
un vuelo de pájaros perdido en las nubes,
un carro tirado por viejos bueyes,
y suelto y lejano
un caballo blanco, ebúrneo,
recuerdo del último invierno,
de todos los inviernos.
F
2 comentarios:
Qué distinto este poema a los que nos tienes acostumbrados... y magnífico, me ha gustado mucho esta otra voz.
Un beso, Fernando.
Un bello cuadro, Fernando.
Un evocador crepúsculo de verano que sabe recordar todos los inviernos pasados.
La vida merece esos instantes.
Un abrazo.
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