Una espada separa nuestros cuerpos.
La rosa gime en cada pétalo que tus dedos estremece.
La tarde trae los astros y su silencio de eternidad.
Ahora es el momento preciso que somos del otro,
la urdimbre de un tapiz que nunca se acaba,
la trama cálida de una absolución.
La rosa gime en cada pétalo que tus dedos estremece.
La tarde trae los astros y su silencio de eternidad.
Ahora es el momento preciso que somos del otro,
la urdimbre de un tapiz que nunca se acaba,
la trama cálida de una absolución.
F
4 comentarios:
Hay muros muy peligrosos y difíciles de traspasar, pero nada es imposible.
Escribes muy bonito.
Feliz fin de semana, besos.
Es la dualidad de la mutua entrega: los cuerpos siguen siendo ajenos por más que queramos apropiárnoslos.
Un abrazo.
Me has hecho recordar el título del libro de V. Aleixandre: Espada como labios: la destrucción o el amor.
Sutileza siempre en tu poesía,Fernando.
Un abrazo.
El frío y fino acero de una espada afilada puede herir de sangre al más leve movimiento. Quizá habría que probar su eficacia rasgando ese tapiz que nunca se acaba como el manto de Penélope...
Excelente composición.
Un abrazo.
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