La poesía es un arma que se dispara sola como el amor de un loco

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domingo, 14 de diciembre de 2008

Es posible que sea el fiel reflejo de lo que nunca quise ser







Es posible que sea el fiel reflejo de lo que nunca quise ser o es posible que todo sea un juego de palabras en las que reconvertirme una vez más…a veces me siento con la habilidad del ilusionista o del mago ya que sin saber que decir digo, viéndome pobre de matices resalto los colores de un arco iris que desconozco como mío…siendo tímido me hago un taimado de la persuasión, héroe de emociones, soñador de sueños ajenos, parlanchín…el lobo estepario que me nutre, la pantera que me guía cruzan estepas, selvas…se hacen dueños de desiertos y páramos imposibles y crean la lluvia, el dulce frenesí, la cantera del alabastro translucido…y las sierpes se hacen hiedra, mis manos teas, mi lengua sabe idiomas de noches eternas y mi saliva recrea jardines donde las huellas son húmedas…definitivamente soy literatura.


F


15 comentarios:

irene dijo...

Ya me iba, pero encontré esto.
Me gusta tu prosa tanto como tu poesía.
Eres un mago de la trasmisión, te imagino tímido, entrañable... y definitivamente literato.
Y conste que tampoco soy nada dada a los halagos.
Buenas y felices noches.

francisco aranguren dijo...

Satie en Jazz, delicioso, da fondo a este texto poblado de panteras y desiertos. Y luego Hilario Camacho: serás libre. Buenas noches, amigo.

MarianGardi dijo...

Sì yo te sabia asì, desnudo, temeroso y timido, pero con un alma grande que sabe transmitir.
La literatura es el opio del poeta.
Muaaaakkk

MarianGardi dijo...

De hecho, los escritores tienen que seducir con sus letras y tu lo consigues.
Muaaaa

maria varu dijo...

Es posible que seas mucho de lo que dices y nada de lo que cuentas... ¿hábil? ¿tímido? ¿mago? ¿héroe? ¿soñador?... ¡qué importa! lo único importante es SER y ser lo que se vive y se siente, aunque sólo dure un instante.

Un abrazo.

Marisa Peña dijo...

Definitivamente, he quedado rendida a tus palabras... Un lujo leerte. besos

Javier López Clemente dijo...

Kafka y su montaña

Por Andrés Ibáñez.

13 de diciembre de 2008

Petrarca sube con su hermano al monte Ventoux, en la Provenza, y después de un ascenso agotador alcanza la cumbre, desde la que se divisa un vasto paisaje: las montañas de la provincia de Lyon, el mar que baña las costas Marsella, el ondulante curso del Ródano. Y entonces saca un librito que lleva en el bolsillo, una edición de Las confesiones de San Agustín, lo abre al azar y lee estas líneas: «Y fueron los hombres a admirar las cumbres de las montañas y el flujo enorme de los mares y los anchos cauces de los ríos y la inmensidad del océano y la órbita de las estrellas y olvidaron mirarse a sí mismos». Petrarca se siente sobrecogido. Es como si el libro le hablara a él directamente. «Y entonces», nos cuenta, «contento de haber contemplado bastante la montaña, volví a mí mismo mis ojos interiores?»

Corre el año 1875, o quizá el 76. Joseph Conrad es un joven marino deseoso de aventura que llega por vez primera a las «áridas y terribles» costas de Venezuela. El lugar se llama «Porto Cabello» según los recuerdos de Curle, que es quien nos transmite la anécdota. El joven marino está deseoso de ver, de conocer, y sube a lo alto de una colina en un lugar llamado Laguayra. Desde allí contempla, a una distancia de unos treinta kilómetros, la ciudad de Caracas. Y le basta esta visión, cuya brevedad a él mismo le asombrará cuando la recuerde años más tarde, para inventar el país de Nostromo, lleno de selva, de ruido, de oropel, de violencia y de oro.

Afueras de Praga. La tercera montaña le corresponde a Franz Kafka. Es el monte de San Lorenzo, que se eleva a las afueras de Praga, y cuya ascensión era, según Klaus Wagenbach, uno de sus paseos favoritos. También en sus alturas tuvo Kafka una revelación de lo que sería su literatura. Una tarde, sentado en la ladera y sintiéndose «como siempre» apesadumbrado, nos dice Kafka, se puso a repasar los deseos que tenía para esta vida, y descubrió que «el más notable o el más atractivo resultó ser el de lograr una visión donde la vida no perdiese nada de la pesada caída y el ascenso que le son connaturales, pero a la vez y sin menoscabo alguno de esa nitidez, se la descubriese como una nada, como un sueño, como una fluctuación». Vendría a ser como el deseo de ensamblar una mesa con toda la escrupulosidad del oficio y a la vez no hacer nada, pero no como para dar pie a decir: «La carpintería no significa nada para él», sino: «Para él la carpintería es carpintería cabal y a la vez no significa nada».

Petrarca subió a una montaña y descubrió que la literatura debía cantar el mundo interior. Conrad subió a una montaña y descubrió que la literatura puede cantar la inmensidad del mundo de la acción. Kafka, por su parte, subió a una montaña y tuvo la revelación de una literatura realizada con la pulcritud y la alegría del buen artesano pero que, al mismo tiempo, no significa nada y no representa nada.

Pájaro en su jaula. «Un libro no puede ocupar el sitio del mundo», cuenta Kafka en sus conversaciones con Janouch. «Eso es imposible. En la vida todo tiene su propio significado y su propia finalidad, para lo que no puede haber ningún sustituto permanente. Uno trata de aprisionar la vida en un libro, como a un pájaro en una jaula, pero no sirve de nada.»

Es posible que Kafka fuera en su vida una persona enormemente desdichada. Sin embargo, no conozco en la literatura destino más feliz que el suyo. Para Kafka la literatura era la libertad porque no estaba relacionada con la vida, ni con la vida interior de Petrarca ni con la vida exterior de Conrad. No porque su literatura no «tenga» vida (está llena de vida) ni porque sea literatura sobre literatura (no lo es), sino porque Kafka supo ver desde el principio que la literatura no puede salvarnos. Kafka no se libró del peso de la vida en su vida. Nadie se libra. Pero se libró del peso de la vida en su obra porque supo entender, ya desde el principio, que la literatura es imposible, que el intento de crear es inútil, que nada nuestro ni de los otros lograremos encerrar jamás en esas jaulas de palabras que llamamos libros. Este descubrimiento, que a Hofmannsthal le hizo enmudecer como poeta, a Kafka le llenó de felicidad y le ayudó a crear. Lezama descubrió el vacío en la última página de su obra. Kafka lo descubrió antes de iniciarla. Los dioses le concedieron la felicidad de aceptar ese vacío y de cubrirse con él como el que se tiende en el suelo en mitad del bosque y se va tapando suavemente con hojas ocres y doradas para no ser visto.


Salu2 Córneos

Sintagma in Blue dijo...

...y vivimos en la piel de la palabra.

esperanza dijo...

Sé vida, déjate ser.

Patricia Angulo dijo...

Me identifiqué muchisimo con tu texto, definitivamente quienes necesitamos escribir tanto como respirar, somos cuando podemos decirnos o ser a través de las palabras.
Y allí la fantasía, la locura, el coraje son nuestros aliados y por ahí al escribir somos lo que nunca fuimos, lo que no pudimos o lo que no quisimos ser.

Besos.

Lamia dijo...

Pues va a ser que sí, que lo eres.

Anónimo dijo...

Es posible. Sí, es muy posible. De hecho es más que posible que tus palabras sean las únicas que permito entregada que me toquen...
Un beso, y gracias por estar, y escuchar...
:-)

Tris dijo...

Hola!! despues de unos días de ausencia regreso a vos, como el rio vuelve a su cauce. Y ufff!! menudo trabajo me queda, aunque siempre es un placer realizar un trabajo que te llena, y encima es gratis.

besotones llenos de abrazos.

fgiucich dijo...

Es que la literatura es pura magia. Abrazos.

carlota dijo...

Yo creo que en lo impreso sangramos parte de lo que llevamos dentro, aunque no seamos capaces de "vivirlo" de otra manera.
De cualquier modo, ser literatura no suena mal, aunque sería preferible, quizá, gritarle al viento "que soy amor, que soy naturaleza", como hace Lorca en un poema.
otro beso

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