En un río no hay un naufrágo,
ni un abandonado perdido en el crepúsculo
que vea como las aguas
se convierten en llamas violentas
y sienta penetrar en su alma,
como reverso de una moneda,
la distante y fría soledad.
Un hombre puede mirar,
desposeído del afán de la prisa,
el largo y continuo curso de agua
desde la atalaya de un puente,
en su mente quizás naufrague un sueño,
un amor cercano y antiguo, la risa de un niño
que fue él hace ya tiempo,
la última desilusión del día a día.
Este pequeño momento de matices que le asaltan,
es un paréntesis en su cotidiano deambular,
cada vez que le vence el atardecer.
Quizás sea el ahogado en la ciudad
donde todavía no han encendido la noche.
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Hace 4 horas
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