Cúbreme de nuevo con tus manos,
esos dedos pequeños, esos dedos fríos.
Tiembla en el dintel de la puerta
cuando entres a mi cuarto y sepas ser lo oscuro,
la umbría y el desierto,
mientras yo traigo a tu cuerpo
las rosas y el aroma del romero.
Entra y que tus huellas sean pasto de las llamas,
que la maleza te cubra,
que suba la marea hasta tus rodillas,
la humedad imprecisa del asalto.
Álzate desnuda de nuevo en mi cama,
sin sábanas, sin nada,
solo tapada con el ardiente calor de mi mirada.
f.
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