
Hay días que se delatan desde el instante en que los percibes con la voz cansina de los despertadores donde los cronistas desatan todos los augurios negativos que nos trae la nueva jornada. Vale este proceso de derrumbe para constatar que uno mismo encadena deserción tras deserción, una corriente difusa de deshabitarse, de no ser uno, de ser ninguno. Sólo queda la placidez armónica de desaparecer para siempre entre los estertores de la noche y tener una existencia parecida a una almohada, a una manta a rayas azuladas o a la precisa cajita de música lacada, algo que te permita ser sólo silencio y contemplar en el techo las variedades cambiantes de la luz de una forma sine die.
PD. no iba a colocar nada de lo que escribo estos días, me retracto aunque sea levemente...
… permanecer en esa penumbra indefinible, sin realidad palpable, difuminarse en el envoltorio de la atmósfera y eternizarse sin conciencia
ResponderEliminar… no te retractes de compartir, es una comunión de sensaciones que nos recuerda que no se admiten deserciones…
besos
Me alegro de que te retractes, sé que es una postura egoísta, pero me gusta entrar en este lugar y no encontrarlo desierto.
ResponderEliminarMuchos besos, Fernando.
(bien hecho)
ResponderEliminarNo hay renuncia sin retractación.
ResponderEliminarLo contrario sería deserción.
Abrazos.
Aullidos insomnes en crónicas desveladas, de tantas partes como existan...
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